Desde hacía más de cuarenta años, Consuelito Linares siempre había hecho la compra en la plaza. Sólo confiaba en la báscula de García. Decía que todas las demás estaban trucadas por los tenderos, que no desaprovechaban la ocasión de timar a los incautos. Sin embargo, aquel día, se dio cuenta a media tarde de que le faltaba un pedazo de calabaza para el puré de verduras que pensaba hacer para cenar. Así que, como el mercado sólo abría por las mañanas, salió a ver si encontraba un poco en el gran supermercado que habían abierto recientemente en el pueblo, a pesar del malestar que le producía tener que comprar en un lugar extraño, un sitio donde, decía ella, ni la conocían ni la querían conocer; aunque todo el personal del gran almacén era del pueblo y sabían perfectamente de quién se trataba.
El supermercado pertenecía a una gran cadena nacional, que estaba invadiendo de grandes almacenes todos los pueblos de alrededor, para ruina de las tiendas de toda la vida.
Consuelito pidió la vez en la zona de la frutería y se disgustó mucho cuando la chica que atendía a la clientela le dijo que tenía que sacar el número de una máquina roja que se encontraba en la esquina. “Dónde hemos llegado”, murmuró Consuelito, “ahora hay máquinas hasta para pedir la vez”. Tiró con fuerza de la cinta de papelitos con números, con tan mal acierto que la cinta no se rasgó por la incisión correspondiente al número siguiente, sino que corrió diez o doce números más sin rasgarse. La mujer se puso roja de irritación y, resoplando, rompió la tira por la mitad y se quedó quieta, en silencio, mirando fijamente a la tendera y acumulando rencor mientras veía pasar los números uno tras otro.
Finalmente, Consuelito compró un trozo de calabaza, que hizo pesar a la tendera tres veces, porque la primera vez no le había dado tiempo a ver el peso, la segunda llevaba el papel de envolver, que “algo debía de pesar”, dijo ella y, la última que aceptó refunfuñando.
A la salida, junto con el cambio, la cajera le dio un boleto que ponía: “Gran sorteo”.
- ¿Qué es esto, niña? – preguntó curiosa Consuelito.
- Señora Consuelito, ¿no se ha enterado? Sale en todos los anuncios de televisión. Este es el primer supermercado del mundo donde le puede tocar un viaje a la luna – respondió la chica tan orgullosa como si la idea de sortear un viaje lunar hubiera sido suya.
- ¿Un viaje a la luna? Ay, por Dios, dónde vamos a llegar. Todavía me acuerdo de mi marido, que en paz descanse, el día aquel que nos dijeron que el hombre había llegado a la luna, pegado al televisor, creyéndoselo todo como un niño. Yo estuve toda la noche asomada a la ventana mirando, y en la luna no se vió ningún movimiento, que lo sepas, un engaño como otro cualquiera, eso es lo que fue. Como las películas de marcianos y de monstruos gigantes, que todo es mentira, de cartón piedra – advirtió Consuelito a la cajera, convencida de que sus palabras abrirían la mente de la muchacha.
- ¿Lo quiere o no lo quiere? – preguntó la chica, nerviosa al ver la cola de clientes que esperaban.
- Anda, dame, dame, ¿qué tengo que hacer? – interrogó la mujer.
- ¿Sabe usted cómo se hace una primitiva, señora Consuelito? – respondió la muchacha colmándose de paciencia.
- Otro engaño – refunfuñó Consuelito – que eso no le toca a nadie, está trucado, ¿tú conoces a alguien a quién le haya tocado?
- No... – reflexionó la cajera hasta que cayó en la cuenta de que la mujer la estaba interrumpiendo más de la cuenta -. Pero ¿sabe usted hacerla o no? Tiene que marcar seis números entre uno y cien, eche el papel en aquel buzón y se queda con el resguardo.
- Ea, pues a ver si me toca – exclamó socarrona la mujer, mientras rellenaba el boleto. El cuatro y el nueve, día de la Virgen de Consolación, el día que yo nací. El doce, por los doce Apóstoles. El treintaitrés, la edad de Cristo. El cuarenta, por los cuarenta ladrones, y... el cincuenta y siete, el número de mi casa.
Ni Consuelito Linares ni la cajera eran conscientes de la estrategia de la cadena de supermercados. La probabilidad de que el viaje le tocara a alguien era tan remota como la posibilidad de que les cayera encima un meteorito. Sin embargo, la empresa anunciaba la promoción a bombo y platillo en todas las televisiones y periódicos del país, lo que aumentó sus ventas de forma considerable. Había mucha gente dispuesta a viajar a la luna, pero entre ellas no se encontraba la Sra. Consuelito, que estaba convencida de que el sorteo estaba trucado desde el principio; pero ella no desaprovechaba ninguna oportunidad de sentirse timada y así poder quejarse y refunfuñar durante varios días por la necedad de la gente y del mundo en el que vivía.
Al cabo de dos meses, su amiga Rosario fue la encargada de dictarle los números del premio, que había escuchado por la radio local, con todos sus boletos ordenados sobre la mesa de camilla, porque, según dijo el excitado locutor, Juanito “el antena”, el único acertante era vecino del pueblo.
- Consuelito, ¡ha dicho la radio que el viaje le ha tocado a alguien del pueblo!
- Quita, quita, Rosario, si eso es un truco, ¿cómo va a ser? – exclamó Consuelito exasperada.
- ¡Que sí! ¡Que lo ha dicho Juanito “el antena”! – respondió Rosario.
- ¿Qué va a saber ese tonto el bote? – dijo Consuelito, removiendo el cocido con una cuchara. – A ver, ¿y qué números son?
- Yo no he acertado más que el cuarenta, que lo había marcado en uno de mis boletos. Y el treintaitrés, que lo tenía en otro.
- A ver... – Consuelito sacó su boleto del cajón donde guardaba todos los papeles. – Rosario, pues yo también marqué esos números.
- ¿Tú? Pero si pones a caldo a todo el que va al supermercado... – dijo Rosario sorprendida.
- ¿Qué otros números eran, Rosario?
Rosario le recitó los números. El cuatro, el nueve, el doce, el treintaitrés, el cuarenta y el cincuenta y siete. Consuelito era la remota ganadora de un viaje a la luna.
Cuando la mujer llegó al supermercado enarbolando con temeridad el boleto, ya habían llegado al pueblo una multitud de periodistas deseosos de dar a conocer al provinciano ganador del viaje. Consuelito fue recibida con cientos de flashes y miles de preguntas. La cajera fue entrevistada por una televisión que emitió las imágenes más de una veintena de veces, en la que explicaba que prácticamente fue ella quién rellenó la papeleta ganadora. Consuelito no dudó en afirmar que hasta que no estuviera en la luna no se creía nada de nada y que mucho cuidado con que le pasara algo en el viaje, que ella siempre se mareaba cuando tenía que ir en autobús al Ambulatorio del pueblo de al lado. El alcalde la nombró hija predilecta de la villa en Asamblea extraordinaria, por difundir el nombre del pueblo por todo el país.
Mientras tanto, la dirección de la empresa de supermercados, convocó una reunión con todos los mandamases y abogados. El sorteo había supuesto su ruina y, además, ¿cómo iba a viajar a la luna una vieja pueblerina? Después de destituir al Director de Marketing de la marca, acordaron que una comisión fuese a visitar a la anciana ganadora y proponerle un viaje mucho más adecuado para una persona de su edad. Donde ella quisiera, el tiempo que deseara.
Consuelito se negó a ir a otro sitio que a la luna, argumentando que, por poco que le gustase, tenía que ir para no defraudar a toda la gente del pueblo y del país que le había felicitado. Y además, dijo, “tengo que llevar el estandarte de la Virgen de Consolación, patrona del pueblo, porque he hecho una promesa”.
La empresa, aconsejada por los abogados, se vio obligada a contactar con la primera agencia que vendía viajes a la luna. Lo primero que tenía que hacer la viajera era pasar un examen de reconocimiento. Por supuesto, Consuelito no pasó las pruebas, por lo que no había ninguna delegación espacial en el mundo dispuesta a embarcarse en una odisea de esas características con semejante pasajera a bordo.
Finalmente, la cadena de supermercados, tuvo que recompensar a Consuelito con una cantidad tan astronómica como el importe del frustrado viaje, tras lo que se declaró en suspensión de pagos y fue comprada por otra multinacional poco tiempo después.
Consuelito vivió muchos años más, rodeada de personas que le hacían la pelota y escuchaban solícitos sus quejas hasta la extenuación. Cada poco tiempo aparecía en el pueblo algún pariente lejano que pasaba por allí y que se le había ocurrido de repente pasar a visitar a la anciana. La mujer los despachaba a todos exclamando que qué se les había perdido por allí y renegando de los parentescos que ellos se empeñaban en justificar. Se despedían cabizbajos, con la esperanza de que algún día parte de la herencia recayera sobre ellos. Y durante todo aquel tiempo, la mujer no paró de repetir a unos y a otros “que ya sabía ella que lo del sorteo era un engaño, y que tenía que vivir toda su vida con la desgracia de no haber cumplido la promesa que le hizo a la Virgen de Consolación”.
martes, 24 de abril de 2007
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7 comentarios:
Muy bueno el relato. Me ha gustado mucho como Consuelito es fiel a sus principios (tipo "si no lo ve, toco, huelo y respiro, no lo creo y ademñas es un engaño"), pese a ser multimillonaria, y como el dinero no le quita el disgusto de no cumplir su promesa.
Gracias, Pablo, me alegro mucho de que te haya gustado y, sobre todo, de que comentes mi trabajo.
A ver si te animas y escribes tú también un cuento de vez en cuando, que lo haces muy bien. Estás invitado a la fiesta sorprea para hacerlo cuando quieras.
Gracias a tí ... Intentaré escribir algo tipo cuento, que ganas no me faltan, un día de estos, una vez haya consolidad mi blog sobre Santorens. Será de las primeras persona en leerlo, que tu opinión es muy importante para mí :)
Hay que estar ahí!!!
El personaje de Consuelito es cercano y parece hasta familiar!!! Entrañable.
Gracias, hablotodoelrato, por tus ánimos. Te invito, igual que a Pablo a escribir en esta fiesta sorpresa, que sé que igualmente tienes mucho que contar.
Un besazo.
Qué chulada, Gloria, volver a leer tus textos en este formato. Ilustrados y todo.
Besos orgiásticos.
Gracias, Ella, está resultando una aventura y un placer escribir este blog. Estoy muy animada con el curso de escritura, estás haciendo un gran trabajo, así que este blog también es un poquito tuyo.
Besos sorpresas :)
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