sábado, 15 de septiembre de 2007

La decisión


Si se entretuvieran en hacer una de esas pomposas encuestas, jamás saldría mi nombre en ellas. Ningún periódico del mundo amanecería con el titular “El principal enemigo del hombre es el tiempo”. Sin embargo, todos reniegan de mí. Desde que nacen empiezan a aborrecerme y el odio va creciendo a medida que transcurro. Corre por sus venas el miedo a verme pasar y me combaten a base de desprecio.


Antes de empezar a hablar los niños ya me han perdido el respeto. Se calzan los zapatos de sus padres y simulan que he pasado. Después, juegan a ser mayores rodeados de artilugios en miniatura que los convierten en caricaturas de adultos, cuya única función es hacerles pensar que pueden valerse sin mí, demostrarles que pueden ignorarme.


Cuando ya tienen capacidad de razonar se lamentan de la velocidad con la que avanzo. Demasiado rápido si están subidos en las atracciones de feria o si se encuentran en una fiesta de cumpleaños. Con exasperante lentitud cuando van de viaje o esperan la noche de Reyes. Pero no se dan cuenta de que todo está en su mente, de que ya han sido programados para condenarme. Y someten a sus críticas la duración de cada uno de los minutos que les regalo, a pesar de que todos tienen exactamente sesenta segundos.


Los jóvenes anhelan verme correr para disponer de mí a su antojo. Cuando me tienen me convierten en rutina. Si me perciben se aburren. Ignorándome, disfrutan. Les enferma mi presencia a pesar de que afirmen que lo curo todo.


El odio que me profesan se transforma en espanto el día que descubren una arruga en la cara de un amigo. La examinan como si estuvieran frente a un espejo y se preguntan si el otro está observando el mismo pliegue en sus rostros. Y desde ese momento su vida se convierte en una guerra contra mí. Una batalla absurda que no comprendo, porque la realidad es transparente: me necesitan para existir. Si yo no estuviera no tendrían nada. Lo digo sin prepotencia, es una verdad que todos conocen pero contra la que todos luchan.


Sin embargo, nadie respondería “el tiempo” si le preguntaran cuál es su principal enemigo. Así son de hipócritas. Porque en el fondo todos saben que soy lo más importante que tienen, aunque me tengan declarada la guerra.


Lo he pensado mucho y al fin he tomado una decisión. Me voy, desaparezco, me rindo. Esta será mi última noche. No sé si les dejo con la eternidad o con el apocalipsis. En cualquier caso, me intriga saber qué harán sin mí a partir de ahora.

2 comentarios:

ChusdB dijo...

...Siempre queda el tiempo virtual,el tiempo transcurrido,tiempo vivido. Ése que se guarda como un "tesorito" y que sólo recuerda los buenos momentos ...Ese tiempo lejano y muy,muy largo en el que se recrean las personas QUE SON CONSCIENTES DE QUE a ellas que ya casi no les queda tiempo real....

Gloria dijo...

Si no fuera por eso, Chus...

Un beso y gracias por volver tú también.