sábado, 10 de noviembre de 2007

Variaciones sobre La fe, de Quim Monzó

© nacu


Hoy, por primera vez después de mucho tiempo, he vuelto a la destartalada cafetería en la que Alicia y yo solíamos encontrarnos. He pedido un capuccino con canela de los que ella siempre tomaba. Recuerdo que cada vez insistía en que lo probara. Yo me resistía diciendo que nunca me había gustado la canela. Y entonces podía ver la desilusión en su mirada y esperaba unos segundos mientras removía mi café con la cucharilla, a que ella expusiera su teoría.

- El amor es tan misterioso – empezaba diciendo ella.

- ¿Por qué dices eso, mi vida? – le preguntaba yo, sabiendo ya de antemano por dónde iba a encaminarse la conversación, mientras acariciaba una de sus manos, siempre frías.

- Yo me siento como si fuéramos uno, como si mi vida hubiera estado siempre unida a la tuya, incluso desde antes de conocernos. Y, sin embargo, hay cosas que a mi me encantan y que tú aborreces. Es tan raro... – ella perdía su mirada en su capuccino y yo me debatía entre decirle que lo probaría y demostrarle que el hecho de tener gustos distintos no tenía nada que ver con que estuviéramos unidos para siempre por nuestro amor.

- Que nos amemos no quiere decir que tengan que gustarnos las mismas cosas – respondía yo, sonriendo y llevándome su mano a mis labios para besarla.

- Ya lo sé, ya lo sé, pero todo me parece tan extraño... Estás tan dentro de mi, y a la vez tan lejos... Me gustaría poder estar en tu interior y pensar lo que tú piensas. Así sabría si me quieres de verdad como te quiero yo a ti – concluía ella, exponiendo su verdadero temor.

- ¡Claro que te quiero! – le aseguraba yo –. Te quiero más que a nadie en el mundo. Te quiero tanto que sería capaz de tomarme cien capuccinos si tú me lo pidieras. ¿Quieres que lo haga? ¿Eso te demostraría que te quiero de verdad? – le preguntaba yo, deseoso de encontrar una fórmula que definitivamente la hiciera creer en mi amor.

- Ay, Raúl, no se trata de eso, porque aunque lo hicieras yo no sabría si lo haces porque de verdad me quieres o porque quieres que crea que me quieres – respondía ella, y yo me llenaba de desconsuelo porque adivinaba que no había nada que pudiera hacer para despejar sus dudas.

- Te quiero. Lo sé porque estás en mi pensamiento a todas horas, porque en cualquier momento del día quiero estar contigo y abrazarte, porque no puedo pensar en otra mujer que no seas tú. Ojalá pudieras estar dentro de mi y comprobar que lo que te digo es cierto – insistía yo. - ¿Qué sentido tendría hacerte creer que te quiero si no te quisiera? – preguntaba, animado por la posibilidad de que la respuesta a aquella cuestión la hiciera entender que la quería.

- Es posible que creas que me quieres, pero que no me quieras. Las personas tenemos el deseo de amar, que no es lo mismo que amar de verdad – decía ella mirándome con tristeza.

- No creo que te quiero, sé que te quiero – volvía a decirle yo. – Me apena comprobar que no me crees, me aturdes con tus dudas – añadía, intentando hacerle ver que su incertidumbre también me afectaba.

- Quizás es que no me quieres – resolvía ella, dándole un sorbo a su capuccino.

Así pasaban las horas en aquella cafetería, antes de que saliéramos al cine y termináramos la noche haciendo el amor en mi casa, donde yo siempre insistía en que se viniera a vivir conmigo, con la esperanza de que esa petición despejara todas sus dudas. Ella me aseguraba que lo pensaría, que todavía no estaba totalmente segura de mi amor, pero que cada vez estaba más cerca de mi y que aquel día llegaría tarde o temprano.

Alicia nunca vino a vivir conmigo. Un día, en la cafetería de siempre, delante de su capuccino que aquella vez no me ofreció, me dijo que pensaba que era mejor que lo dejáramos.

- ¿Por qué? – pregunté yo, en aquel momento más atónito que herido.

Ella dijo que no sabía si yo la quería de verdad, que eso siempre había sido un obstáculo en nuestra relación. Yo insistí, como siempre, en que la quería. Desesperado, le pregunté qué era lo que esperaba de mi, qué podía hacer para que me creyera. Entonces me confesó que había conocido a alguien y que estaba segura de que esa persona la quería de verdad. Me quedé helado, no pude reprocharle nada, sólo deseaba saber una cosa.

- ¿Cómo sabes que te quiere de verdad? – pregunté, con un asombro absoluto. Ni siquiera pensaba en mi tristeza, sólo quería encontrar la clave que con tanto empeño yo había estado buscando sin lograrlo.

- No puedo explicártelo, Raúl, está mucho más allá de algo que pueda hacerse o decirse, simplemente sé que me quiere - dijo, y yo sentí que aquellas palabras me las estaba robando, como si en aquel momento se hubiera transformado en mi, y yo en ella.

3 comentarios:

Gloria dijo...

Este relato es resultado de un ejercicio del curso que estoy haciendo en Escuela de Escritores, en el que se nos proponía tomar a uno de los personajes de La fé, de Quim Monzó y reescribir su cuento desde el punto de vista de ese personaje.

El Vendedor dijo...

Difícil escribir bien sobre el amor, Gloria, y tú lo has hecho.
Hace poco, escuché que el amor a otra persona es un acto unipersonal, un regalo que nos hacemos a nosotros mismos.
Tendré que aprender a digerir esta frase.

Gloria dijo...

Gracias, vendedor, me alegro mucho que pienses así, porque a mi también me parece muy difícil hablar sobre el amor.

Sí, creo que las personas tenemos necesidad de amar, igual que necesidad de comer o de beber; por eso esa frase tiene mucho sentido para mi.

Me encanta que sigas por aquí.

Un abrazo.