domingo, 21 de octubre de 2007

Caos


Mi padre siempre había sido una persona silenciosa. Era muy inteligente, cultivado, leía mucho y le interesaban todas las ramas del arte y de la ciencia. Después de acabar la carrera de Física, consiguió una plaza de Catedrático en la Facultad de Granada y se había especializado en la Teoría del Caos, lo que le había procurado numerosos reconocimientos a nivel internacional. En sus relaciones personales carecía de la elocuencia y el dominio que exhibía en su vida profesional, hasta el punto de parecer desnaturalizado, aunque probablemente sólo se tratara de timidez. Se sentía cómodo estudiando los comportamientos impredecibles de los sistemas cuyas condiciones iniciales no se pueden determinar con exactitud, lo que se conoce como “el efecto mariposa”. En el verano de 1979, unos meses después de casarse con mi madre, fue incapaz de advertir que las condiciones iniciales impuestas por él en una situación personal, me transmitirían los dos datos personales que han condicionado toda mi vida: Me llamo Mortimer y nací en Baltimore.


- Andrés, cariño, he decidido que te acompañaré a ese congreso en Baltimore – dijo un día mi madre exultante, poniendo la cena sobre la mesa.
- ¿Cómo me vas a acompañar, en tu estado? Julia, pero si te da miedo el avión... – respondió mi padre sorprendido.
- Es igual, me tomaré una pastilla para dormir y te acompañaré.

- Pero no es bueno que tomes somníferos estando embarazada – argumentó él.

- No bebo, no fumo, unas pastillitas no le harán daño al niño, Andrés – resolvió ella.

- No te entiendo, nunca quieres acompañarme y ahora que estás embarazada y que me voy a la otra punta del mundo se te antoja venir conmigo...

- Exacto, es un antojo, así que tengo que ir. No quiero que mi hijo nazca con una mancha en forma de Baltimore.

- Y además, ¿qué vas a hacer tú en Baltimore? Estaré todo el día en el congreso. Y no sabes inglés.

- Sé francés. El francés lo entiende todo el mundo, mon amour – respondió mi madre seductora.

Mi padre se resistió a acceder al capricho de mi madre; pero las condiciones iniciales ya habían cambiado, ni siquiera se dio cuenta de que estaba inmerso en un sistema que había dejado de ser estable y que todo podía evolucionar de forma distinta a como él había determinado. Por eso, días después, subió al avión arrastrando a duras penas a su anestesiada esposa, quién se había tomado demasiado pronto una doble dosis de somníferos.

Después de un largo viaje en el que mi madre se despertó varias veces aterrorizada y hubo que sedarla de nuevo para que no sucumbiera a un ataque de histeria, llegaron a Baltimore.


- Est ce que l'hôtel se trouve très loins? – preguntó mi madre al conductor, nada más subir al taxi que les llevaba al hotel.

- I´m sorry, I don´t speak French – respondió el taxista.

- Te lo dije – reprochó mi padre a mi madre.

- Qué poca sensibilidad tienes, Andrés, después del viaje que he pasado.


Llegaron al hotel. Mi madre siempre me cuenta que ella supo que iba a pasar algo, porque mi padre estaba muy agitado, daba vueltas por la habitación y dudaba si colocar su ropa en el armario, entrar en el lavabo a darse una ducha o llamar a recepción para que subieran algo de comer. Ella, en cambio, estaba encantada de la aventura, orgullosa de haber sido capaz de acompañar a su marido hasta allí y deseosa de hacer planes para los ratos en los que mi padre estuviera libre.


- Andrés, mañana, ¿a qué hora empieza el congreso? – le preguntó mientras terminaba de colgar su ropa en el armario.

- Julia, tengo que decirte algo – dijo mi padre haciendo sentar a mi madre sobre la cama.

Entonces fue cuando le contó toda la verdad. Había recibido una oferta de trabajo de la Universidad de Baltimore. Una plaza en el Departamento de Física Dinámica, el más destacado de Estados Unidos en el estudio de la Teoría del Caos. Era una oportunidad óptima para avanzar en sus estudios, lo que probablemente lo convertiría en uno de los más importantes especialistas en Caos Determinista del mundo. Por eso había ido a Baltimore. Mi madre asentía, orgullosa de su marido, se levantó de la cama y lo abrazó feliz de haberlo acompañado ante la sorpresa de mi padre.

- Y, ¿hasta cuándo tienes ese trabajo? – preguntó mi madre.

- Son dos años – respondió mi padre sonriendo.

- ¿Cómo que dos años? – dijo mi madre aturdida - ¿Qué quiere decir que son dos años? – la pobre mujer no daba crédito.

- Un mínimo de dos años, sí, creí que lo habías entendido...

- ¿Que había entendido qué? – gritó mi madre desesperada - ¿Que me has traido aquí para que pasemos dos años? ¡He hecho una maleta para una semana! – mi madre se levantó de la cama y empezó a caminar arriba y abajo por la habitación, sujetándose la barriga y llorando.


Mi padre trató de explicarle que tenía intención de contárselo todo después de aquel viaje, en el que iba a firmar el contrato de trabajo y buscar una casa donde trasladarse a principios de otoño y que pensaba que ella podría viajar junto con el niño después de Navidad, cuando ella ya hubiera tenido tiempo de hacer todos los preparativos; pero que ella se había empeñado en acompañarlo y él se había visto incapaz de convencerla para que no lo hiciera.


- ¿Por qué no me lo dijiste antes de hacerme venir aquí, Andrés? Te has vuelto loco. No, no te has vuelto loco. ¡Siempre has estado loco! – gritaba mi madre fuera de sí.

- Pensé que si me acompañabas y veías cómo era Baltimore y me ayudabas a elegir la casa...

- ¡Ya tenemos una casa! ¡En Granada! – le cortó mi madre.


Antes de que mi padre pensara siquiera en cómo tranquilizarla, mi madre empezó a sentirse mal. Primero tuvo un mareo y mucho calor. Estaba a punto de desmayarse. Entonces, le sobrevino la primera contracción. Mi padre deseó que fuese una falsa alarma, un dolor aislado provocado por el disgusto. La tumbó sobre la cama y llamó a recepción para pedir un médico. Antes de que llegara la ambulancia mi madre ya había roto aguas. Estaba en el séptimo mes de embarazo, a punto de parir y con un ataque de nervios que le impedía poner en práctica cualquier ejercicio de respiración que le sugiriese mi padre.


Finalmente llegaron al hospital. Las enfermeras la sujetaban porque no dejaba de agitarse fuera de sí. Lloraba, gritaba a mi padre, cerraba las piernas. No quería que su hijo naciera allí, en aquellas condiciones. El ginecólogo se reunió de urgencia con mi padre y le dijo que era una situación grave, ya que la mujer no podría colaborar en el parto estando como estaba. Opinó que sólo había una solución. Dormirla y practicarle una cesárea. Mi padre accedió. Al cabo de unas horas, vine al mundo en medio de la situación más caótica a la que mi padre se había enfrentado en toda su vida. El ginecólogo que nos salvó la vida a mi madre y a mi se llamaba Mortimer Fine.

Estuve un mes en la incubadora. En ese tiempo, mi madre pudo recuperarse poco a poco. Durante una semana no dirigió la palabra a mi padre, y eso que era casi el único con el que podía hablar, a excepción de alguna enfermera que medio entendía el francés. Un día, estando junto a mi en la incubadora, apareció mi padre. Ella le dijo que pensaba volver con su hijo a Granada en cuanto yo pudiera viajar y que esperaba no volver a verlo nunca más. Mi padre no sabía ya cómo pedirle perdón por todo. Pasaba los días en los pasillos del hospital, porque mi madre no quería verlo en la habitación. Al final, un día, se armó de valor y fue a hablar con ella.

- Julia – le dijo nada más entrar en la habitación – déjame hablar contigo sólo hoy y después haz lo que quieras.

Mi madre lo escuchó en silencio.

- Lo he fastidiado todo. Lo siento mucho – el hombre había repasado mil veces lo que quería decir, pero en aquel momento no sabía cómo empezar. – Lo que más me importa sois tú y nuestro hijo.

Él espero a que ella dijera algo, pero mi madre no abrió la boca.

- Me habría gustado que las cosas hubieran salido de otra manera. Quería organizarlo todo para que no tuvieras que preocuparte durante el embarazo, para que te resultara más fácil el cambio de situación. No podía decir que no a este trabajo. Es lo que he querido toda mi vida.


A mi padre se le llenaron los ojos de lágrimas, estaba desahogándose, desde que nací no había podido hablar con nadie, no sabía cómo hacerlo, se sentía como un niño pequeño, sin herramientas para afrontar las situaciones, fracasado. Por eso, había tomado una decisión. Si ella quería volver a Granada y no hablar más del tema de Baltimore él estaba dispuesto a renunciar al trabajo. De hecho, ya había renunciado. No había aceptado la oferta que le habían mantenido hasta el día anterior.


Mi madre conocía bien a mi padre. A ella le gustaba de su marido esa timidez y esa falta de habilidad para relacionarse, siempre le dió mucha ternura verlo esforzarse por ser amable y considerado. Toda la vida había sido así. Se conocían desde niños. Ella siempre se sintió atraída por él, un chico callado y misterioso, que leía a todas horas; pero siempre dispuesto a dedicarle un momento, a pesar de que se llevaban diez años de edad. Cuando mi madre era niña, mi padre era un joven atractivo y solitario que vivía en el portal de al lado. El hijo del sastre. Se encontraban con frecuencia en la calle y él le hablaba con delicadeza, como si en ese momento conversar con ella fuera lo más importante que podía hacer. Aunque nunca le revelaba cosas personales, él la escuchaba y trataba siempre de encontrar una solución a sus pequeños problemas: cuando sus padres la castigaban, cuando suspendía una asignatura, cuando se enfadaba con una amiga... Él siempre la había acompañado.


Por eso, aquel día en que él renunció al sueño de su vida, ella se sintió tan apenada que, a pesar de todo lo que había pasado, supo que en aquel momento no podía abandonarlo.


Después de tantos años, todavía me admiro de la serenidad con que mi madre, una mujer sencilla y apasionada con tendencia al dramatismo, sugirió a mi padre que llamara enseguida a la Universidad para que le mantuvieran la oferta de trabajo. Él, sin saber todavía lo que sería de su matrimonio, salió de la habitación, telefoneó al Rector desde la cabina más cercana, y concertó una cita para el día siguiente.


Cuando volvió junto a mi madre, ella ya había decidido que se volvería a Granada en cuanto yo estuviera fuera de peligro y arreglaría todo lo necesario para poder viajar a Baltimore después de Navidad. También estaba resuelta a llamarme Mortimer, como agradecimiento al médico que me salvó la vida.


Pasamos los primeros tres años de mi vida en Baltimore. No tengo recuerdos de aquel tiempo en el que mi madre se vió obligada a aprender inglés y vivir en un lugar extraño, alejada de sus amigas y de su familia; y en el que mi padre se convirtió en el científico especializado en Teoría del Caos más importante de todo el mundo.


Hice a mi madre explicarme la historia de aquellos días miles de veces cuando era pequeño, inconsciente de todas las ocasiones en que yo tendría que repetirla a lo largo de mi vida, cuando me preguntaban mi nombre o el lugar donde nací. La última vez ha sido esta misma tarde, cuando he atendido a un periodista que llamaba para entrevistarme, porque mañana recogeré en Estocolmo, en nombre de mi padre, el Premio Nobel de Física. Hasta para esta ocasión mi padre ha sido imprevisible. Murió dormido en su cama, poco después de saber que se lo habían otorgado, dejándonos a mi madre y a mi el recuerdo de una persona buena, que se movía con dificultad en este mundo de leyes sociales que no comprendía; pero que sabía expresar con su silencio mucho más de lo que la mayoría de nosotros es capaz de decir con palabras.

5 comentarios:

El Vendedor dijo...

Los sueños viajan siempre hacia los lugares lejanos del tiempo y el espacio. En medio de ellos estamos nosotros, sin ni tan siquiera poder decidir en quién nos vamos a convertir.
Me gusta mucho como escribes.

ChusdB dijo...

¡Qué situación más real (algún día te contaré mi historia)y qué buena es esta frase!:
" ¿Que me has traido aquí para que pasemos dos años?¡He hecho una maleta para una semana! "

Gloria dijo...

Vendedor, a mi me encanta que hables de viajes y de sueños, y que te dejes llevar por los míos. Se nota que eres un buen comerciante de nubes. Gracias otra vez por mantenerte fiel a esta fiesta y por tus palabras que me animan a convertirme en quien quiero ser.

chusdb, estoy deseando que me cuentes tu historia. Estoy segura de que será una fuente de inspiración tan grande como los ánimos que me das cada vez que apareces por aquí. Gracias mil.

Un abrazo doble.

Anónimo dijo...

Qué bueno comprobar que sigues por aquí, al pie de la fiesta.

Besos orgiásticos.

Gloria dijo...

Querida Ella, empecé de tu mano este baile, y mientras más se anima la fiesta más ganas tengo de seguir.

Es un placer verte pasear por aquí, espero que te hayan gustado los daikiris.

Besos contentos de verte.